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La «traslatio» de Santiago, en un relieve en la Cámara Municipal de Padrón

Toda ciudad tiene su origen en alguna causa o pretexto: recursos naturales o humanos, cruces de caminos o nudos de comunicaciones; poder, petróleo, puertos… la mayoría de ellas parecen haber sido colocadas arbitrariamente por la naturaleza.

Compostela, en cambio, fue fundada por una razón diferente y muy particular: el hecho de que estuviera enterrado allí un hombre, en un lugar que anteriormente no había sido más que una necrópolis abandonada, en lo alto de un monte boscoso llamado Libredón, con unas ruinas enigmáticas en él que más tarde resultaron ser un primitivo templo cristiano. Según la tradición, los restos del apóstol llegaron por vía marítima desde Jaffa a Iria Flavia, un antiguo asentamiento en la confluencia de los ríos Sar y Ulla, y de ahí a la necrópolis en un carro tirado por bueyes, siglos antes de que fueran descubiertos por un ermitaño llamado Paio un lejano día del año 813.

Desde que se descubrió que una de esas antiguas tumbas albergaba nada menos que los restos de Santiago, hijo de Zebedeo, el apóstol que había sido martirizado en Jerusalén en el año 44, el sepulcro ha recibido un tributo incesante, y alrededor de él se construyó primero un pequeño altar, luego un discreto monasterio y un asentamiento, cuyo crecimiento estimuló una prerrogativa real que, en tiempos feudales, concedía la libertad a cualquier hombre que hubiera permanecido entre los muros de la ciudad durante 40 días sin haber sido reclamado como vasallo por algún señor. Muchas cosas han sucedido desde entonces hasta llegar a la ciudad que conocemos hoy, construida alrededor de una catedral que rodea a su vez una antigua tumba. Una historia larga y aun así relativamente antigua, con batallas contra vikingos, árabes y franceses, una universidad cinco veces centenaria, y los prolongados pleitos para preservar su status como la ciudad más santa de Europa Occidental.

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La urna con los restos del apóstol

Pocas ciudades como Compostela pueden estar tan seguras de la razón exacta por la que están aquí ahora. Y ahí está aún, la tumba del apóstol Santiago el Mayor, sus restos y los de sus dos fieles acompañantes Atanasio y Teodoro en una urna de plata labrada en la cripta bajo el altar mayor de la catedral.

Visitar la tumba del apóstol es una de esos rituales peregrinos inescapables en Compostela; dejando aparte los debates sobre la verdad histórica y las creencias propias de cada uno, el sepulcro de Santiago es un símbolo espiritual y cultural con un valor universal.

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